La obesidad y el sobrepeso han modificado, sin duda y para siempre, la práctica médica al hacer que muchos especialistas se acerquen al entendimiento y manejo de las enfermedades crónicas, independientemente de la especialidad o preferencia terapéutica que tengan, ya que en su gran mayoría estos pacientes son enfermos crónicos. En el presente texto nos referiremos a una dimensión frecuentemente olvidada con respecto a las enfermedades crónicas1 y al sobrepeso, que ha generado un serio vacío y que se ve reflejada en un pobre diagnóstico,2 un frágil manejo y una delicada evolución que se repite en un sistema de salud con pocos resultados terapéuticos: El área de los cuidados a largo plazo,3 fundamental para el tratamiento de estos graves y silenciosos trastornos. Siempre leemos sobre el impacto de los factores genéticos y ambientales, pero con menos frecuencia sobre los aspectos psicosociales que tanto abarcan y tan poco entendemos: ¿Qué hacer con todos estos pacientes, de todas las edades, que se encuentran desesperados?
Nos referimos a una importante conducta, tan cotidiana, que hemos olvidado observarla; se trata de la "conducta alimentaria". Uno de los primeros registros que tiene el ser humano asociado al control y el manejo de la tensión es el descubrimiento de la conducta alimentaria por el propio lactante en etapas tempranas de su desarrollo; desde entonces, la "conducta alimentaria" se convierte en la gran compañera del ser humano, y descansa sobre dos pilares fundamentales: El registro del hambre y la saciedad, y el registro de los afectos. Cuando este último no funciona adecuadamente o se encuentra sobrecargado, el primero tampoco funciona de forma espontánea como biológicamente se espera, y llega a convertirse con el tiempo en una alteración que incluso llega a constituir un "trastorno de la conducta alimentaria" (TCA). Esta situación lleva a la persona a colocarse en el extremo restrictivo o, por lo contrario, en el extremo de la pérdida de control, pasando por muchos tipos de conductas compensatorias. Todo ello es responsable de una importante fluctuación del peso corporal, casi siempre tendiendo al aumento de peso.
A partir de 2006 la conducta alimentaria se integró como un tema de investigación en las encuestas nacionales,4 lo que ha permitido acceder a las entrañas del sobrepeso, de la enfermedad mental y de la adherencia al tratamiento,5 de tal forma que se ha generado conocimiento sobre la población mexicana en este rubro lo que ha favorecido el entendimiento integral y multidisciplinario de este complejo problema, sin lo cual es imposible el cambio de paradigma.6 De aquí nace el interés por incluir a los TCA en el estudio y manejo de las enfermedades crónicas y al sobrepeso y la obesidad en la política de salud nacional por primera vez en nuestro país, esfuerzo que ha repercutido positivamente como inspiración para la reciente instauración del Consejo Nacional para el Control y Prevención de las Enfermedades Crónicas del Gobierno Federal. Como comentario, es interesante conocer la conducta alimentaria y los TCA bajo una visión de desarrollo que parta del lactante, incluya al niño y llegue al adolescente. Destacan en la edad temprana (0 a 3 años) la anorexia del lactante,7 posteriormente los problemas para comer y alimentar al niño,8 y finalmente los trastornos de la alimentación del adolescente. En la medida que se haga conciencia de la existencia de estos problemas y haya un mejor entendimiento de éstos a través del estudio de los manuales diagnósticos DSM (0 a III) se podrá buscar el equilibrio de esta inestable moneda de la alimentación alterada, dejando de lado los afectos y las relaciones. Esta información debe ser, indudablemente, de gran utilidad para el gastroenterólogo y nutriólogo, especialistas por excelencia del fenómeno de la alimentación.